Los grupos de WhatsApp pueden agobiarnos y minar nuestra productividad. Aplica estas recomendaciones para que lo puedas evitar.
Me atrevería a decir, sin lugar a dudas, que una de las grandes pesadillas de muchas personas, y el mayor detractor de la productividad en la actualidad, es el WhatsApp; especialmente, sus grupos. Estos espacios virtuales de conversación en los que se comparten información y mensajes sin medida, sin moderación y sin los más mínimos modales ni consideración.
El WhatsApp, esta herramienta de comunicación que de manera simple y gratuita nos pone en contacto inmediato con cualquier persona, ha trascendido muchas fronteras y pasó de proporcionar agilidad en las comunicaciones, a dificultar la concentración y la capacidad de desarrollar cualquier actividad sin ser interrumpido, ni emocionalmente presionado, por un sinfín de notificaciones sonoras, visuales y hasta motoras.
Hace algunos meses, en este mismo blog, les preguntaba en una publicación si sabían cuánto tiempo le dedicaban a WhatsApp. Allí mismo les compartí varias recomendaciones para que pudieran aprovechar esta herramienta para su bienestar, sin dejar que les robara más tiempo del necesario. Ahora quiero enfocarme en los grupos de WhatsApp. Que les confieso, me generan un gran malestar.
QUÉ TIENEN DE MALO
Uno de los principales problemas que tienen los grupos de WhatsApp, es que cualquier persona puede crearlos y agregarnos en ellos sin consultarnos previamente nuestro interés o deseo de participar. Simplemente, de manera autónoma, decide que quiere hacernos partícipes de una conversación abierta con otras personas y disponer de nuestro tiempo. Y zas, cuando menos pensamos, ahí estamos metidos en medio de un maremágnum de intercambio de información.
Luego entonces nos enfrentamos al segundo problema. Una paradoja interna que vivimos al preguntarnos ¿Yo qué estoy haciendo aquí? ¿Otro grupo más? ¿Porqué me agregaron? ¿Cómo pudiera salirme? ¿Qué van a pensar si lo hago?… y al final terminamos quedándonos, atropellados por los mensajes que empiezan a fluir en todas las direcciones y ocupando nuestra mente en ese debate interno que se reactiva cada que recibimos una nueva notificación.
Y este aspecto, sí que es complejo. Porque como son tantas personas escribiendo al tiempo, y por cada mensaje que cada una escribe se genera una notificación, por más que nos desprendamos del celular y no estemos todo el tiempo pegados a él para evitar la improductividad, cundo lo retomamos, el simple hecho de mirar el número de notificaciones de WhatsApp y encontrar 50, 80, 100 o hasta más notificaciones de mensajes por leer, nos genera una angustia y una preocupación tal, que nos lleva a pensar cuánto tiempo nos va a tomar leer todos esos mensajes; si habrá pasado algo importante de lo cual no nos hemos enterado; o si de pronto en alguno de ellos nos pidieron que nos encargáramos de algo y tenemos ahora más trabajo por hacer.
Además, como son tantas personas participando en cada grupo, es como si fuera una guerra de muchos, desde un bando, mandándonos notificaciones a nosotros que estamos solos recibiéndolas en el otro. Es decir, una batalla imposible de ganar. Y recuerden que el problema del manejo del tiempo no es tanto las muchas cosas que tenemos por hacer, sino el tener nuestra mente ocupada, haciendo que el cerebro se desgaste durante el día como la batería del celular.
Ahora bien, como hay algunas personas que adoran los grupos —yo diría más bien que son adictos a ellos—, crean uno para cada cosa que se les ocurra, muchas veces sin necesidad. Que un grupo para discutir un tema, que otro grupo para integrar los miembros de un proyecto, otro más para programar una salida o una fiesta, y hasta otro más para mover una silla. Esta obsesión por crear grupos parece más una enfermedad mental, que busca suplir la incapacidad de manejar bien su propio tiempo y de utilizar los canales adecuados para comunicarse con los demás. Nutriendo esa supuesta creencia de que al crear grupos están trabajando en equipo, propiciando la interacción o acercándose a los demás.
Y como si lo ya descrito no fuera suficiente, a estos problemas se suman otros más. La mayoría de persona no respetan los horarios adecuados para chatear. En cualquier momento del día o de la noche entran a los grupos y comentan, sin importar si son grupos personales o laborales y si están en medio de la jornada de trabajo o en pleno fin de semana. Esto hace que los grupos familiares y de amigos nos interrumpan mientras trabajamos, y los grupos de trabajo o los de los compañeros de la empresa se activen en medio de la noche y los fines de semana.
Sin dejar a un lado el hecho que en la mayoría de los grupos se mezclan temas y, en lugar de dedicarlos exclusivamente para lo que fueron creados, se comparten memes, mensajes motivacionales, felicitaciones, discusiones y mucho más. Haciendo que el foco de conversación se pierda y se mine aún más la productividad.
Ahora bien, los grupos de WhatsApp tienen otra característica compleja y es la presión social que ejercen en las personas. Especialmente cuando se comparte alguna información y dos o tres responden de la misma manera, generando unan reacción en cadena en todos los demás. Y aquellos que incluso no sentían la necesidad de participar, al ver que son de los pocos que aún no lo han hecho, se sienten obligados a hacerlo. Un claro ejemplo es cuando en un grupo felicitan a alguien por su cumpleaños o por un logro. Si dos o tres personas lo felicitan públicamente, se desata lo que yo llamo un comité de aplausos en donde todos empiezan a felicitar y el que no participa, reiterando lo ya dicho, se siente mal por no hacerlo y hasta es juzgado por su aparente apatía.
LA SOLUCIÓN
Como vemos, los problema con los grupos de WhatsApp son muchos y por lo que percibo, lejos de acabarse cada vez se crearán más. Por ello, la única solución, además de desactivar las notificaciones de todos los grupos, es empezar a sostener conversaciones difíciles y actuar:
Cuando te incluyan en un grupo, si sientes que no deberías o quisieras estar ahí, habla con su creador o administrador y explícale por qué te quieres salir. Y salte.
Advierte que no vas a responder en línea los mensajes, para que no esperen respuesta inmediata. Que vas a destinar no más de dos o tres momentos al día para revisar el contenido del grupo y en estos horarios específicos responderás.
Abandona grupos cuyo propósito original ya culminó. No tiene sentido quedarse más ahí.
Saca de los grupos las conversaciones privadas con otros miembros del mismo, e invita a que los demás también lo hagan.
Pide a los miembros de los grupos que limiten los horarios y días en los cuales se conversa en ellos, según su vocación.
Solicita que se eviten los mensajes alejados del tema para el cual fue creado el grupo. Y cuando esta regla se olvide, vuélvela a recordar.
Acuerda con los miembros del grupo que no se caiga en los comités de aplausos o felicitación. Si las felicitaciones son para alguien en particular, se pueden y deban dar por mensajes directos y privados.
Evita discutir en los grupos. El sentido de lo que se dice, lo pone quien recibe el mensaje y no quien lo emite. Es un medio idóneo para generar malentendidos.
Sé conciso en las intervenciones y pide a los demás que también lo sean. Hay que limitar la longitud, la cantidad y el tipo de contenido que se comparte; incluyendo las ráfagas de imágenes o fotos.
Nunca pidas que te hagan un resumen de lo discutido porque no alcanzas a leer todo lo que se ha dicho. Si esto te pasa, salte mejor del grupo.
Como todo los grupos depende del uso que le den el ser bueno o malo
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