Si quieres lograr todo lo que te propones, debes fijarte tú mismo una fecha límite para alcanzarlo. Esta es la clave.
Seguramente a lo largo de tu vida has visualizado varios negocios que te gustaría montar pero no has llegado a concretarlos y varios de ellos ya has terminado por olvidarlos o siguen dando vueltas en tu cabeza, esperando a que tengas el tiempo suficiente para emprenderlos. O tal vez se te ha pasado por la mente escribir un libro, aprender un nuevo hobby, hacer más ejercicio para tener el cuerpo soñado, hacer una dieta para alcanzar el peso ideal o realizar un proyecto personal. Pero ninguno de ellos los has completado.
Y es que a pesar de lo claro que los has tenido, de las ganas que les hayas puesto y de lo mucho que hayas pensado en ellos, no los has logrado. No necesariamente se debe a que sean tareas o proyectos complejos, que te cuesten mucho esfuerzo o que sean inalcanzables. Lo que tienen en común este tipo de situaciones es que son sueños y proyectos personales, para los cuales tenemos todo el tiempo del mundo y, aunque pudiéramos hacerlos cuando quisiéramos, no tenemos una fecha límite para terminarlos. Y este es su principal problema.
Lo paradójico es que estas cosas generalmente son importantes para nosotros, de verdad las queremos hacer y nos ayudan a alcanzar nuestras metas o a vivir la vida que queremos. Sin embargo, terminamos por procrastinarlas, aumentando su potencial dificultad y quizás llevándolas hasta a abortarlas definitivamente.
La solución para que esto no te pase es que te fijes fechas límites para alcanzar todas las cosas que quieres lograr. No importa lo grande o pequeña que sea tu meta. No importa lo simple o lo compleja que sea. Si quieres tener éxito en tu vida, lo importante es que te fijes para todo una fecha máxima de ejecución. Con ello lograrás alcanzar tus objetivos y todo lo que te propongas.
LA RAZÓN DE SER
Mira, cuando no tienes una fecha límite para algo, normalmente le dedicas un buen tiempo el primer día. Quizás un poco menos el segundo, un poco menos el tercero y, con el pasar de los días, vas perdiendo el interés, te vas aburriendo y terminas por olvidarlo. Además, como sabes que no tienes que cumplirle a nadie ni una fecha en la cual responder por el entregable, dejas que otras actividades del día a día llenen tu agenda y tu lista de pendientes, haciendo que eso, que supuestamente era tan importante, se vaya quedando a un lado. Pues todo lo que uno puede hacer después, tiende a procrastinarlo.
No en vano, en el manejo del tiempo existe la llamada Ley de Parkinson, que indica que las tareas se alargan tanto como el tiempo que les demos para ejecutarlas y por ello hay que fijarles un tiempo límite. Además, cuando el tiempo para algo es ilimitado, seguimos trabajando en las cosas sin ponerles un fin. Y, generalmente, después de mucho tiempo perdemos el interés en dicho proyecto y no lo terminamos. Abortamos las cosas y las dejamos a mitad de camino.
Por el contrario, cuando tenemos una fecha límite para alcanzar una meta, terminar un proyecto o una actividad, sentimos la presión o la obligación de cumplir con ella. Y cuando somos nosotros los que nos fijamos dicha meta, es como si nos generamos nosotros mismos esa sana presión para trabajar, para concretar, para terminar y lograr el resultado esperado.
Una fecha límite estricta nos cambia la forma cómo vemos las tareas. Una fecha límite nos obliga a trabajar. Cuando tenemos que entregar o terminar algo para una fecha determinada, nos dedicamos, nos enfocamos en los aspectos más importantes y lo sacamos adelante. No en vano algunas personas manifiestan que son más productivas cuando trabajan bajo presión. Y es precisamente por sentir que no tienen otra opción que dedicarse a la tarea que les corresponde cuando ya no pueden aplazar más. Entonces, ¿qué tal si utilizas esto a tu favor y no solamente cuando son compromisos adquiridos con terceros?
Sé que algunos deben estar pensando que una fecha límite muy ajustada podría llevar a que la calidad de los resultados no sea tan buena. Que el afán por terminar algo rápido, y no incumplirnos nuestra propia meta, puede conducirnos a la mediocridad. Pero no es así. Sin una fecha límite estricta las tareas se alargan y la calidad no mejora realmente. Recuerden que la tercera ley de la eficacia dice que la calidad de los resultados tiene una curva en forma de ’S’ y que a lo largo del tiempo, una vez se pasa un punto de inflexión, los resultados no mejoran mucho en calidad aunque sí consumen una gran cantidad de nuestro tiempo.
PONLO EN PRÁCTICA
Aplica esta recomendación para tus grandes metas. Define para cuándo vas a escribir ese libro que tienes en mente, cuándo vas a abrir ese canal de podcast en que tanto has pensado, cuándo vas a realizar ese viaje que tanto has soñado o cuando vas a abrir ese negocio tan anhelado. Y ponte a trabajar en ello. Elabora un plan detallado para alcanzarlo. Con una meta volante cada día, cada semana, cada mes. Trabaja para ello y seguro que lo vas a lograr.
Pero usa esta técnica también para actividades y proyectos personales más cotidianos. Piensa en qué actividades, que te estén costando, te puedes poner fechas límite teniendo muy presente la clave para fijarte metas. Por ejemplo, leer un capítulo de un libro cada día de la semana, dejar tu bandeja de correo vacía todos los días a las 6 de la tarde o practicar 15 minutos de un segundo o tercer idioma antes de acostarte. Y hazlo siempre, sin excusas, y sin autosabotearte.
No te hagas trampa. Nunca quebrantes la fecha o el tiempo límite que te pusiste. Es por tu propio bien. Algunas veces va a ser difícil y doloroso, pero si lo rompes el único que perderá serás tú mismo. Evita que cualquier cosa se interponga entre tú y tus metas. No importa lo que sea. No dejes que la tentación de procrastinar te gane.
La vida es muy corta. Aprovecha cada minuto que tienes para crear, para vivir, para disfrutar, para compartir. No sabemos cuánto tiempo nos queda y si sigues aplazando todo aquello que quieres quizás nunca lo logres.