En la vida, al igual que en los aviones, debemos ponernos primero nuestra máscara de oxígeno, antes de ayudar a los demás.
Seguramente has montado en avión al menos una vez en tu vida. Y sin lugar a dudas recordarás que, una vez todos los pasajeros toman asiento y se cierran las puertas de la aeronave, los auxiliares de vuelo o, en su defecto, un video reproducido en las pantallas de proyección empiezan a explicar las medidas de seguridad que deben tenerse en cuenta durante el vuelo.
Nos explican, entre otras cosas, cómo abrochar y asegurar el cinturón de seguridad. Cómo debemos ponernos e inflar los chalecos salvavidas. Dónde están ubicadas las salidas de emergencia, cómo llegar a ellas y qué cuidados deben tenerse al evacuar el avión. Y por último, cómo reaccionar si, en caso de una emergencia o una despresurización de la cabina, llegasen a desprenderse del techo las máscaras de oxígeno, cómo debemos ponérnoslas y respirar.
Todo esto les debe sonar muy familiar. Pero en lo que quiero detenerme es en que, tanto los videos de seguridad como los auxiliares de vuelo son enfáticos en advertirnos que, si llegasen a caer las máscaras de oxígeno, primero debemos ponernos la nuestra y luego ayudar a alguien más. Sin importar quién esté a nuestro lado. Siempre debemos ponernos la nuestra y luego asistir a los demás. Incluso, así esa persona que esté al lado sea nuestro hijo, nuestra madre o nuestro pareja.
Con seguridad le encuentras sentido a esta recomendación. Es obvio que para poder ayudar a otros, primero debemos asegurarnos de sobrevivir y qué quizás, si nos ponemos a ayudar a nuestro compañero del lado sin ponernos antes nuestra propia máscara, la ausencia de oxígeno podría acabar con nuestras vidas sin siquiera alcanzar a ponérsela a quien pretendíamos ayudar. Creo que nadie pone en tela de juicio esta explicación.
EN NUESTRA VIDA
Ahora, si esta indicación es tan lógica y tan clara al momento de viajar en un avión, ¿por qué a veces en la vida tomamos un enfoque diferente? ¿Por qué nos ponemos a ayudarles a otras personas, a darles gusto a otros y a hacerle favores a todo el mundo antes de terminar de hacer nuestras cosas? ¿Por qué nos preocupamos tanto por ayudar primero, antes de ayudarnos primero a nosotros mismos?
Cuantas veces decimos que sí a cosas que no queremos hacer. Aceptamos invitaciones a fiestas y salidas a las que no queremos ir para no defraudar o hacer sentir mal a un amigo. Nos quedamos atados a un trabajo que no disfrutamos y que no nos hace felices por darle gusto a alguien, por los compromisos económicos adquiridos o por el miedo al qué dirán.
Compramos cosas que no sirven para nada para impresionar a personas que no nos importan. Un carro más grande o lujoso para que los demás perciban lo bien que nos está yendo en la vida. Una casa en las afueras de la ciudad para estar a tono con los compañeros del trabajo. Ropa de marca para no desentonar en el ambiente laboral.
Incluso, así tengamos nuestras agendas llenas y la lista de pendientes a reventar, ayudamos a otros a terminar sus tareas cuando nos lo piden, dejando para después las nuestras, haciendo que nos toque trasnochar y nos robe nuestro tiempo personal. Olvidamos ponernos nuestras propias máscaras de oxígeno antes de ponérselas a los demás.
CÓMO APLICARLO
Manejar bien el tiempo implica ser egoísta. Pues para poder dar, tenemos primero que tener. Para entregarnos, debemos cuidar primero de nosotros, pensar en nosotros, preocuparnos por nosotros. Todos los días de la vida. Si no lo hacemos, no tendremos la energía, la alegría y la capacidad para estar disponibles para ayudar a los demás.
No lo veas de manera negativa. No sientas que es perder amabilidad, disposición o actitud de servicio. No sientas que es alejarte de tu ser. Todos necesitamos estar plenos y poder servir a los demás. Entre mejor estemos nosotros mismos, más vamos a poder dar.
Ponlo en práctica. Así todos los que estén a tu alrededor estén pidiéndote ayuda, si primero no te ayudas a ti mismo, nadie lo va a hacer. Sin tu energía te vas a fundir y no vas a poder dar. Encuentra qué te llena y dedícale tiempo antes de decir que sí a ayudar a los demás. Identifica lo importante que tengas por hacer, tanto personal como laboral, antes de atender todo lo urgente que te piden como un favor.
Dí que no a una reunión larga y sin sentido, para que puedas terminar ese informe que tengas por hacer. Di que no a quedarte hasta tarde en el trabajo, para que puedas ir a compartir con esposo y con tus hijos. Di que no a una invitación que no te apetezca, para que puedas ir a jugar o entrenar. Di que no a un favor que te pidan, para que te puedas ver con ese amigo que llevas tiempo sin visitar.
Si no lo haces, es porque seguramente se te dificulta decir no. Recuerda que decir no es como un músculo. Hay que ejercitarlo para aprenderlo a decir y sentirse cómodo al hacerlo. Repasa las recomendaciones que te di hace un tiempo en otra publicación.
Una vez estés pleno, estés lleno de energía y felicidad, seguramente tendrás tiempo disponible para ayudar a los demás. Querrás y podrás compartir todo eso con quienes te rodean y irradiar toda tu felicidad.
Debemos tener claro que, al igual que en el avión, si en la vida se nos acabara nuestro oxígeno, no tendríamos la capacidad de hacer lo nuestro y mucho menos de seguir ayudando a los demás. Por ello, siempre debemos ponernos primero nuestra máscara y luego de que estemos seguros de tener nuestro oxígeno fluyendo, podremos ayudar a los demás.