Si midieras cuánto tiempo pasas en tu día tomando decisiones que no agregan valor, buscarías desesperadamente mecanismos para tomar decisiones más rápido.
Quienes hacen un balance diario o semanal de la forma como gastan su tiempo, seguramente, están en la capacidad de decir cuánto tiempo dedican a trabajar, en cuántas reuniones participan, cuántas horas hacen ejercicio e, incluso, hasta cuántas horas dedican a ver televisión o al celular, gracias a la funcionalidad que ofrecen los teléfonos móviles para medir el tiempo que estamos frente a la pantalla.
Sin embargo, lo que ninguno está en la capacidad de decir es cuánto tiempo dedica en sus días a tomar decisiones. ¿Cómo así? Sí, el tiempo que gastamos tanto en el aspecto personal como en el laboral analizando alternativas, evaluando sus ventajas y desventajas, e identificando otros posibles cursos de acción, entre otros, antes de tomar una decisión. Este tiempo es tanto, pero está tan mimetizado con lo que hacemos, que ni siquiera somos conscientes de que lo dedicamos a ello. Veamos algunos ejemplos.
Cuando vamos al mercado y nos paramos frente a la góndola para decidir qué vamos a comprar. Por ejemplo un vino. Evaluamos alternativas frente a si compramos tinto, blanco o rosado. Si mejor lo compramos espumoso. Buscamos las dos o tres marcas que nos gustan, pero también evaluamos alguna oferta del día. A lo mejor nos dejamos abordar también por una promotora que está haciendo el lanzamiento de una nueva marca. En fin, podemos tomarnos entre cinco y diez minutos, no comprando, sino decidiendo qué botella comprar. Pero puede pasar igual con un jamón curado, un queso maduro, unos chocolates para dar de regalo, etc.
Otro caso es el de los restaurantes, especialmente aquellos que tienen cartas con innumerables opciones. Nos traen el menú y empezamos a mirarlo. Evaluamos alternativas conocidas y desconocidas. Pensamos si comemos carne o pollo. Será que pido la pasta o mejor una ensalada. Vamos de adelante a atrás y de atrás a adelante. Cuando llega el mesero para tomar la orden y ante su pregunta ¿están listos para ordenar? pedimos otros cinco minutos para tomar la decisión. Volvemos a repasar todas las opciones, indecisos entre explorar un plato nuevo o pedir una de las opciones conocidas. Preguntamos incluso a nuestros acompañantes qué van a ordenar para antojarnos, pero seguimos sin decidirnos. Lo peor de todo es que después de tanta deliberación terminamos pidiendo lo mismo que siempre pedimos o, peor aún, una vez empezamos a comernos nuestro plato pensamos, o le decimos al compañero de mesa, ‘hubiera pedido mejor el tuyo que está más rico’.
Los anteriores son solo dos ejemplos pero podemos seguir detallando situaciones similares con actividades como la compra de pasajes de avión o la reserva de un hotel en Internet, la compra de una camiseta, la decisión sobre qué tarea hacer primero, etc. Son muchas las situaciones en las que tomamos decisiones en el día a día y es mucho el tiempo que les dedicamos a cada una de ellas.
Lo que no nos detenemos a evaluar es que entre el 90 y 95% de las decisiones que tomamos en nuestras vidas no son determinantes ni agregan valor. Nada nos pasaría si tomamos una decisión diferente frente a quedarnos en otro hotel o comernos otro plato. Son un montón de pendejaditas a las cuales les gastamos tiempo y en las que nos detenemos a pensar. O peor aún, que no decidimos cuando nos llegan, sino que las posponemos y no solo evaluamos un montón de alternativas una vez, sino que repetimos el proceso varias veces.
“No necesitas más tiempo en tu día. Necesitas decidir”. - Seth Godin -
Por ello, si queremos ganar tiempo debemos tomar más decisiones, dedicándole menos tiempo a cada decisión que tomamos, especialmente aquellas relacionadas con pendejaditas. Porque toda decisión que no tomamos en el momento en que nos enfrentamos por primera vez a ella, tendremos que tomarla luego.
Pero como recordarás de nuestra publicación en la que explicamos que el cerebro es como la batería del celular, nuestra capacidad de tomar decisiones en un día es limitada. Por ello debemos decidir solo lo importante y delegar o dejar a la rutina las decisiones no importantes. Algunas técnicas para tomar más rápido decisiones sobre pendajaditas o temas no relevantes en nuestras vidas son:
Establecer normas para tomar decisiones automáticas: por ejemplo, dejar a Waze o a tu GPS la decisión de qué ruta tomar para ir a un lugar. Ordenar siempre el plato preferido en cada restaurante, en lugar de arriesgarse a explorar nuevas opciones.
Limitar el tiempo dedicado a tomar decisiones: si no te quieres perder el placer de explorar nuevas alternativas o prefieres no tener tus decisiones establecidas de manera automática, fíjate un tiempo máximo (con temporizador inclusive) para decidir qué tarea abordas primero o qué pinta ponerte. Una vez se acabe este tiempo toma la decisión sin evaluar más alternativas con sus beneficios y perjuicios.
Limitar el número de opciones a analizar: otra forma de explorar alternativas sin dejar que nos consuman mucho tiempo es fijarse un máximo de alternativas a evaluar y una vez hayas llegado a ese máximo tomar la decisión sin explorar ninguna otra. Por ejemplo, evaluar 10 hoteles o 10 opciones de regalo. Ni una más. Y tomar la decisión de compra entre estas 10.
Limitar el dinero a gastar: una alternativa más para limitar el tiempo dedicado a evaluar opciones es definir el monto máximo en dinero a gastar en una compra específica y buscar, por ejemplo, alternativas de pasajes de avión o de botellas de vino hasta que encuentres una por debajo del monto máximo que te fijaste. Una vez la encuentres, cómprala sin buscar ni evaluar más opciones.
No devuelvas la pelota con un ¿Tú qué piensas o qué te gustaría?: esta técnica es especialmente válida para situaciones sociales en las que vamos a decidir con más personas, por ejemplo a qué restaurante o película ir, y por tratar de no parecer impositivos cuando nos preguntan qué nos gustaría hacer, en lugar de responder, devolvemos la pregunta para que sea el otro el que decida. Y este ir y venir puede ser iterativo consumiendo tiempo en algo que no agrega valor. En lugar de hacer esto respondamos concretamente la pregunta que nos hacen.
Una recomendación adicional es que una vez tomen una decisión no vuelvan a pensar en ella, en las alternativas que dejaron a un lado ni en los beneficios que pudieron haber obtenido si hubieran elegido otra opción. Porque si lo hacen, es como si realmente no hubieran tomado la decisión y su cerebro hubiera seguido desgastándose en el proceso decisivo y, sobre todo, robándoles tiempo y energía para disfrutar la decisión tomada.
Finalmente, recuerda que siempre existirán hoteles y pasajes más baratos, platos más ricos y opciones mejores ante cualquier decisión que tomen. Pero quizás lo que no tengan sea tiempo para evaluarlas e, incluso, disfrutarlas. Valora más el tiempo que dedicas a tomar decisiones que el dinero que gastas en ellas, pues el tiempo es finito en cambio el dinero se puede volver conseguir.
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